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PALABRAS CON ECO

CONCEPTO

Son una pareja de palabras en las que una de ellas se forma con las letras finales de la otra, pareciendo que la segunda resuena como eco de la primera. Por ejemplo, podríamos calificar a las personas que visitan estos «Juegos de palabras» con un par de palabras con eco como «inteligente gente».

Juegos de palabras con eco


SONETO DIFÍCIL

Quevedo

Es el amor, según abrasa, brasa;
es nieve a veces puro hielo, hielo;
es a quien yo pedir consuelo suelo,
y saco poco de su escasa casa.

Es un ardor que a quien traspasa, pasa,
y como a veces yo paselo, selo;
es un pleito do no hay apelo, pelo;
es del demonio que le amasa, masa.

Tirano a quien el Cielo inspira ira;
un ardor que si no se mata, mata;
gozo, primero que cumplido, ido;

flechero que al que se retira, tira;
cadena fuerte que aun de plata, ata;
y mal que a muchos ha tejido nido.

ATENCIÓN A LOS FINALES

Nazario Restrepo

El que por musa delincuente cuente
la del pintor de pincelada helada,
y por ser loca rematada... atada,
diga que debe estar durmiente, ¿miente?

No; no es poeta el decadente ente
de cuya voz alambicada, cada
forma de puro avinagrada, agrada;
mas no fascina a inteligente gente.

Haz que te inspire mi guardiana, Diana.
huelan tus versos a olorosa rosa,
sea tu musa castellana llana.

No sea nunca la insidiosa diosa
de la moderna caravana vana,
que el verso convirtió en leprosa prosa.

En las exequias de la reina Doña Ana de Austria, madre de Felipe III

Fray Luis de León

Mucho a la majestad sagrada agrada
que atienda a quien está al cuidado dado,
que es el reino de acá prestado estado
pues es al fin de la jornada nada;

la silla real por afamada amada,
el más sublime, el mas pintado hado
se ve en el sepulcro encarcelado, helado,
su gloria al fin desechada echada.

El que ve lo que acá se adquiere, quiere,
y cuando la mayor ventura tura
mire que a reina tal sotierra tierra.

Y si el que ojos hoy tuviere, viere,
pondrá oh mundo en tu locura cura,
pues el que fía en bien de tierra yerra.

SONETO NETO

Francisco J. Briz Hidalgo

A mi hija Teresa

¿Por qué tanto te interesa, Teresa,
el aroma de esa olorosa rosa?,
acércate y cual mariposa posa
en sus hojas tus labios de fresa; esa

fragancia que tanto te embelesa, esa
flor representa la grandiosa diosa
Venus que sobre el amor, hermosa, osa
reinar, mientras atraviesa traviesa

las almas con la ardiente flecha hecha
de pasión, cuya estela de plata ata
con una sutil pincelada helada.

Si ansías sembrar esa cosecha echa
la simiente y el amor rescata,... acata
esa irresistible llamada amada.

PELIGRO TIENE EL MÁS PROBADO

Lope de Vega

Peligro tiene el más probado. Vado
quien no teme que el mal le impida. Pida,
mientras la suerte le convida. Vida,
y goce el bien tan sin cuidado. Dado.

EL SOBERANO GASPAR

Sor Juana Inés de la Cruz

El Soberano Gaspar
par es de la bella Elvira,
vira de amor más derecha,
hecha de sus armas mismas.

ANTÓN Y EL ECO

(El borracho y el eco)

Francisco de Añón

En noche oscura y brumosa
tan atontado iba Antón,
que cayó de un tropezón
en la acera resbalosa.

Soltó un feo juramento
diciendo: ¿quién se cayó?
Y en la pared del convento
repercutió el eco: «yo».

- ¡Mientes! Fui yo quien caí;
y si el casco me rompí
tendré que gastar pelucas...
- ¡Lucas!

- No soy Lucas, voto a Dios
Vamos a vernos los dos
ahora mismo farfantón.
- ¡Antón!

- Me conoces, ¡eh! tunante
Pues aguárdate un instante,
conocerás mi navaja...
Baja

- Bajaré con mucho gusto
¿Te figuras que me asusto
Al contrario, más me exalto...
- ¡Alto!

- ¿Alto yo? ¿Piensa el osado
que en este pecho esforzado
el valor ya está marchito?
- ¡Chito!

- ¿Y pretende el insolente
mandar callar a un valiente?
¿Que calle yo miserable?
¡Hable!

- Hablaré, por vida mía,
hasta que tu lengua impía
con este acero taladre...
- ¡Ladre!

- ¿Ladrar? ¿Soy perro quizás?
¿Dónde, villano, do estás?
que de esperarte me aburro.
- ¡Burro!

- ¿Burro yo? Insulto extraño
que vengaré a mi amaño.
El momento es oportuno...
- ¡Tuno!

- ¿Dónde está el majadero
que me toma por carnero?
Responde. ¿Dónde se encuentra?
- ¡Entra!

- Sal tú, si no eres cobarde;
y apresúrate que es tarde.
A pie firme aquí te espero.
- ¡Pero!

- No hay pero que valga, ¡flojo!
Sal que ya estoy viendo rojo
y ansío tenerte en frente...
- ¡Ente!

- ¿Pero dónde estás? Repito
que estoy oyendo tu grito
y tu ausencia ya me admira.
- ¡Mira!

- Sí, miro; ¡pero qué diablo!
No puedo ver con quien hablo,
pues no aparece ninguno.
- ¡Uno!

- Uno o cien, lo mismo da;
que salga, que salga ya.
Lo aguardo. ¡Aquí me coloco!
- Loco.

- ¿Así te burlas de mí?
¿Quién eres, quién eres, di?
No me hagas perder la calma.
- Alma

- Mas si eres un alma en pena,
¿cómo no oigo tu cadena?
Basta de bromas; concluye.
- ¡Huye!

- No tal; no me iré de aquí
sin saber quien me habla así.
Dime siquiera tu nombre.
- ¡Hombre!

- ¿Pero estás vivo o difunto?
Aclara bien este punto,
que a mí ya nada me asombra.
- ¡Sombra!

- ¡Una sombra y la insulté!
Perdóname que tomé
cuatro copas con bizcocho.
- ¡Ocho!

Marchóse Antón al momento
y en casa contó a su esposa
que una sombra pavorosa,
en la acera del convento
le había hablado. ¡Y no era cuento!

ECO Y YO

Rubén Darío

Eco, divina y desnuda
como diamante del agua,
mi musa estos versos fragua
y necesita tu ayuda,
pues sola, peligros teme.
- ¡Heme!
- Tuve en momentos distantes,
antes,
que amar los dulces cabellos
bellos
de la ilusión que primera
era
en mi alcázar andaluz,
luz;
en mi palacio de moro,
oro;
en mi mansión dolorosa,
rosa,
Se apagó como una estrella
ella.
Deja, pues, que me contriste.
- ¡Triste!
¡Se fue el instante oportuno!
- ¡Tuno!...
- ¿Por qué, si era yo suave
ave,
que sobre el haz de tierra
yerra
y el reposo de la rama
ama?
Guióme por varios senderos
Eros,
mas no se portó bien
en
esquivarme los risueños
sueños,
que hubiera dado a mi vida
ida,
menos crueles mordeduras
duras.
Mas hoy el duelo aún me acosa.
- ¡Osa!
- ¡Osar, si el dolor revuela!
- ¡Vuela!
- Tu voz ya no me convence.
- Vence.
- ¡La suerte errar me demanda!
- Anda.
- Mas de ilusión las simientes...
- ¡Mientes!
- ¿Y ante la desesperanza?
- Esperanza.
Y hacia el vasto porvenir
ir.
- Tu acento es bravo, aunque seco,
eco.
Sigo, pues, mi rumbo, errante,
ante
los ojos de las rosadas
hadas.
Gusté de Amor hidromieles
mieles;
probé de Horacio divino,
vino;
entretejí en mis delirios
lirios.
Lo fatal con sus ardientes
dientes
apretó mi conmovida
vida;
mas me libró en toda parte
arte.
Lista está a partir mi barca,
arca
do va mi gala suprema.
- Rema.
- Un blando mar se consigue.
- Sigue.
- La aurora rosas reparte.
- ¡Parte!
¡Y a la ola que te admira
mira,
y a la sirena que encanta
canta!

AUNQUE YO TRISTE ME SECO

Juan del Encina (1469-1529)

Aunque yo triste me seco
Eco
Retumba por mar y tierra.
Yerra
Que a todo el mundo importuna.
Una
Es la causa sola dello.
Ello
Sonara siempre jamás.
Más
Adondequiera que voy.
Hoy
Hallo mi dolor delante.
Ante
Va con la quexa crüel,
Él
Dando a la amorosa fragua,
Agua.

¿QUIÉN CAUSA TU PENA AMARGA?

Lope de Vega.

- ¿Quién causa tu pena amarga?
¿Quién motiva tu querella?
-¡Ella!

- ¡Ella!, ¿Quién es?, Di su nombre,
la curiosidad me irrita.
- Rita.

- ¡Rita!, dulce nombre; dime,
¿La adoras con frenesí?
- Sí.

- ¿Qué te falta amor mío,
para que enjugues tu lloro?
- Oro

- ¡Oro! yo no puedo dártelo,
para calmar tu impaciencia.
- ¡Paciencia!

- ¿Quieres que te dé un consejo,
en cambio, que te convenga?
- Venga

- Dedícate a trabajar
y a economizar también.
- Bien.

-Sé honrado, que la honradez,
muy buenas cosas consigue.
- Sigue...

- Trabajando tendrás oro
y cesarán tus desgracias.
- ¡Gracias!


NARCISO Y ECO

Francisco J. Briz Hidalgo

Narciso, hijo del río Céfiso y la bella Liríope, era tan hermoso que desde el momento de nacer fue amado por todas las ninfas. Su madre acudió al adivino Tiresias para que le pronosticara si su hijo viviría muchos años. La respuesta, fue:
- Tu hijo vivirá muchos años si no se ve a sí mismo.

Creció Narciso, con tales gracias que las mujeres le perseguían para amarle, pero él las rechazaba a todas. Un día que Narciso paseaba por el bosque le sorprendió la ninfa Eco que había sido castigada por la diosa Hera, esposa de Zeus, a que jamás podría hablar por completo; su boca sólo podría pronunciar las últimas sílabas de aquello que escuchara.

Eco se enamoró de Narciso nada más verlo y le fue siguiendo sin que él se diera cuenta. Cuando se decidió a acercarse las palabras se negaron a salir de su boca y se ocultó detrás de un árbol seco.
Mientras tanto Narciso hablaba con las flores del bosque:
- Hermosa flor, flor olorosa...
- Rosa, -repitió Eco-.
Narciso escuchó la voz de Eco y gritó:
- ¿Hay alguien por aquí?
- Aquí, aquí, -respondió la ninfa-.
Narciso, al oír a Eco, contestó:
- ¿Quién se oculta cerca de ese árbol seco?
Y la bella ninfa salió de entre los árboles con los brazos abiertos diciendo:
- Eco, Eco.
Cuando se encuentran, Eco abraza a Narciso, pero éste la rechaza y le dice:
- No pensarás que yo te amo...
- ¡Yo te amo!, ¡yo te amo!, -le contesta Eco-.
Entonces gritó Narciso:
- No puedo amarte.
- Puedo amarte, -repetía con pasión Eco-.
Narciso huye entre los árboles diciendo:
- No me sigas, ¡adiós!
- Adiós, adiós, -contesta Eco-.

La menospreciada Eco se refugia en el espesor del bosque. Consumida por su terrible pasión, delira, se enfurece y piensa: «Ojalá cuando él ame como yo le amo, se desespere como me desespero yo».

Némesis, diosa de la venganza, escuchó su ruego. En un tranquilo valle había una laguna, de aguas claras, que jamás había sido enturbiada, ni por el cieno, ni por los hocicos de los ganados. A esa laguna llegó Narciso y, cuando se tumbó en la hierba para beber, Cupido le clavó, por la espalda, su flecha del amor,... lo primero que vio Narciso fue su propia imagen, reflejada en las limpias aguas y creyó que aquel rostro hermosísimo que contemplaba era el de un ser real, ajeno a sí mismo. Se enamoró de aquellos ojos que relucían como luceros, de aquellas mejillas imberbes, de aquel cuello esbelto, de aquellos cabellos negros. Se había enamorado de... él mismo y ya no le importó nada más que su imagen. Permaneció largo tiempo contemplándose en el estanque y poco a poco fue tomando los frescos colores de esas manzanas, coloradas por un lado, blanquecinas y doradas por otro, transformándose lentamente en una flor hermosísima que al borde de las aguas seguía contemplándose en el espejo del lago.

En el mismo instante en que Narciso se transformó en flor, Eco se desmoronó en la hierba, muerta de amor. El cuerpo de Eco nunca se pudo encontrar pero en los montes y valles de cualquier parte del mundo, aún responde a las últimas sílabas de las voces humanas.


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